Es un objeto que no solo se contempla, sino que se desea tocar, apretar, sentir. Es como ese momento en el que el cuerpo responde antes de que ocurra, cuando la mente ya ha viajado a un lugar donde el placer es inevitable y el mundo exterior desaparece.

Cada pliegue, cada línea…al tocarla, la superficie es suave y fresca, pero hay algo en su firmeza que sugiere una resistencia tentadora, como si desafiara a ser apretada, explorada, poseída.

Como ese momento en el que una mirada te atraviesa y sientes que el aire a tu alrededor se espesa. Es suficiente para evocar la promesa de un placer intenso. Recuerda a ese instante en el que las manos ajenas descienden con decisión, trazando líneas de fuego que hacen arder cada centímetro de tu piel.

Suficiente para despertar una humedad íntima que crece con cada caricia imaginaria.